domingo, 4 de abril de 2021

Oasis de alquitrán- Puebla y la posibilidad del lirismo visual

 

Missi Alejandrina

En Puebla el tiempo se derrama a cuentagotas, los años duran lo que décadas, las personas no hablan demasiado y eso poco que dicen es suficiente para saber la vida de todos, incluso de aquellos que apenas y saludamos. Hay algo extraño o incomodo en la manera en que los poblanos nos adaptamos al uso de redes sociales, el poblano no se acopla cómodamente al inmenso mercado de opiniones virtuales, no entrega tan fácil el precio de su opinión a la devaluación de la oferta y demanda global. Puebla, al menos para los poblanos de casta más rancia, sigue siendo una ciudad tan pequeña y cerrada como un patio de recreo.

Esto que parece insustancial a primera vista tiene que ver bastante con la fuerza y vitalidad de los artistas cautivados por el lirismo visual; en esta ciudad el “Yo” mantiene algo de la coherencia interna que le era posible en otros tiempos, no ha sido despedazado por la esquizofrénica aceleración del mundo hiperconectado, resiste al despedazamiento, por ahora. La duración como espacio para la experiencia contemplativa es la condición de posibilidad para la complejidad del mundo interno, muestra de ello son los artistas del “Catálogo Arte Actual en Puebla 2017-2020” que he decidido comentar en esta ocasión: Víctor Terrez, Gustavo Mora Pérez y Luis Ricardo.

Empezando en una nota genealógica comentare el grabado en punta seca “Puños” de Víctor Terrez. Esta obra plantea una disrupción de la convivencia entre flores y calaveras, motivo recurrente del “Memento mori”; la mirada se enfrenta a una interacción entre estos dos elementos que parte de una apariencia plena de melancolía renacentista hasta convertirse en un misticismo propio de las imágenes de Odilon Redon en las primeras décadas del siglo XX. Las diferentes representaciones históricas del “Memento mori” usualmente mostraban la levedad de la vida y el aterrador recordatorio continuo de la pertenencia al polvo como último destino; Víctor Terrez en esta imagen se atreve a arrojar su propia versión de esta interacción. La calavera como resto de la creatividad abstracta, ahora invertida, aún sirve como semilla y nutriente del cardo, planta asociada en la iconografía grecorromana al crecimiento en la adversidad.

La danza de contrapesos del misterio poético proyecta su gravedad en todo el espacio de la obra por medio de la composición, el grabado se corta en dos dividiendo la atención en un yin yang confeccionado a partir de la reflexión interna del artista sobre los tránsitos entre lo vivo y lo muerto. Calculo infinitesimal del espíritu en el que se busca demostrar el eterno retorno.  Sus puños no se alzan contra el aire, son los puños de tierra que uno lleva en la boca al pronunciar la palabra “muerte”.


En las antípodas de la serenidad metafísica insinuada por la obra recién comentada se encuentra la xilografía “Pareja” de Gustavo Mora Pérez.  Imagen de tintes más frenéticos que recuerda a James Ensor en el cuadro “Esqueletos disputándose un trozo de arenque”. El estilo fauvista del ambiente y el carácter confrontativo de los personajes aluden a una sensación de alerta, una situación de confrontación- huida que se desarrolla en una tierra de nadie. En el fondo, la luna como un sol negativo, divinidad de los instintos que sale del cuadro para atravesar el ojo, la luna como donadora de aura. Los trazos diagonales transmiten una sensación de vértigo, la luz antinatural rebota en zigzag por toda la extensión de la imagen como si dibujara infinitas desviaciones de vías de tren. Todos estos elementos compiten al mismo tiempo por ser reconocidos como la principal fuente de catarsis. 

 A pesar de todos estos elementos compulsivos y potentes, la narrativa que el artista intenta construir nunca llega a la completa circularidad; en parte esto puede deberse a una invitación para que el espectador dé una conclusión propia a la escena, pero también corre el riesgo de ser una falta de cohesión definitiva entre los elementos de la mitología que establece la obra. Hay la catarsis usual del uso del tropo “on the road” de las poéticas beat pero el exceso de impresiones aportado por su barroquismo metafórico termina por diluir el mensaje en lugar de reforzarlo. 


Abonando un matiz por completo diferente en el trazo, en el uso de color y en los fenómenos psíquicos representados en la obra, he decidido comentar al final la obra de Luis Ricardo; artista que, en algunas declaraciones aportadas a la prensa y en su página,  describe su trabajo con la siguiente línea: “extraño, obsesivo y podría decirse que sufre de horror vacui”, definición completamente justificada por su trabajo en la obra “¿Ya le entré al minimalismo para que me hagan un rinconcito en sus altares?”.

 En este dibujo de formato pequeño hecho a bolígrafo y lápices de colores se muestra hasta qué grado la obsesión no es equivalente a la compulsión, en otras palabras, sus garabatos llevan en sí el germen de la manía (con toda la carga patológica que este fenómeno anímico conlleva), no por eso son aleatorios, insignificantes o descuidados, todo lo contrario, sin estar científicamente planificados, cumplen excelsamente su función, evitar el vacío, algo que no es lo mismo que llenarlo.

 Su dibujo es muestra viviente de una de las aportaciones que solo Puebla, con todas sus anónimas peculiaridades, puede hacer al mundo. Cuando Luis Ricardo pregunta si una vez que se convierta al minimalismo encontrará un lugar en el altar de quien mira, apunta a la resistencia que el habitante de Puebla en su vida anímica presenta frente a los paradigmas postmodernos, especialmente aquel de la higiene y lo eficaz. El imperativo al ascetismo minimalista es parte de vivir en el siglo XXI, lo permea todo, desde como arreglar el cuarto hasta como relacionarnos con las personas; el dibujo de Luis Ricardo no deja de hacer énfasis en cuanto se perdería de hacer caso a tales imperativos, si redujéramos la vida a un cubo liso carente de los caprichos de la espontaneidad y el juego.

Luis Ricardo va probando los límites de la tensión entre el individuo y su mundo. El protagonista de su imagen lleva las manos atadas, la mirada nostálgica ostenta el poderoso ademán de la ceja levantada y la oreja dislocada hacia la nuca está a la escucha en todo momento, comprobando por mera voluptuosidad, hasta las últimas consecuencias ¿Qué se puede hacer? ¿Qué se puede mirar? ¿A quién se puede apelar? y ¿Qué hay en la cabeza? Unos garabatos hechos por la necesidad de lo innecesario, nadie se muere por no dibujar algo así, de cualquier modo, nadie puede evitar en algún momento hacer trazos parecidos a los que Luis Ricardo exhibe en esta imagen, nadie que aun tenga un interior en el cual perderse y la paciencia para extraviarse en él.


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Fotos tomadas de:

Catálogo:file:///C:/Users/HP%20G240/Downloads/ARTE_ACTUAL_EN_PUEBLA_17-20.pdf

1 comentario:

  1. Ay ay ay ay qué maravilla, Missi, muchas gracias, qué paciencia de extraviarte acá. :D

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