domingo, 18 de abril de 2021

Conceptos abrasivos contra muros invisibles.- Puebla y el esfuerzo del concepto en la obra de arte.

 



Missi Alejandrina

El arte conceptual se ha caracterizado desde su nacimiento por tomar como punto de partida la apuesta por el nihilismo, lo que eso significa para la creación de obras de arte no es solamente la necesidad de tomar postura frente a la nada, sea esta una postura dramática, una postura irónica o una en la que ambos estados anímicos se fusionen, es también un ansia por la búsqueda de huellas que llevan hasta el origen de aquel vacío contra el que han apostado. En su punto más alto, el arte conceptual ha de enfrentarse con el terrible horizonte de un viaje a lugares que están un paso más a allá de la muerte de todo paradigma ontológico.

En el caso de la ciudad de Puebla es posible encontrarse con un arte conceptual que se le cierne a manera de epidermis, zona de contacto en la que se puede mirar las marcas impresas de las mutaciones generacionales sobre la psique social. Si el lirismo y el figurativismo dejan ver aquello que se resiste a cambiar y/o derrumbarse; en el arte conceptual es posible reconocer aquellas experiencias que necesariamente han tenido que transformarse con el desgaste del tiempo, lo irreversible. El arte conceptual exige mirar con inocencia las inocencias perdidas.

Con el propósito de obtener una lectura general de algunas interacciones entre el arte poblano y el pulso crítico de lo conceptual artístico, en esta ocasión comentaré la obra de los siguientes participantes del catálogo “Arte Actual en Puebla 2017-2020”: Rebeca Martell, Isabel Gaspar, Mónica Muñoz y Jorge Juan Moyano.

En las fotografías de Rebeca Martell hay un encuentro del espectador con la mirada expectante, con los dos lados de ella. Usualmente el sentimiento de expectación está asociado con el sentimiento de la maravilla, específicamente, la fascinación con la llegada de la novedad. Dicho esto, en las dos fotografías de Rebeca Martell, “Nightmares by the sea” y “Two seconds and a tear”, sobrevive uno de los matices vivenciales característicos de la década de los noventa: la disposición a enfrentar la expectación y el cambio no solo con la emoción de la absoluta ganancia sino también estar dispuesto a enfrentar frontalmente el desconcierto, la soledad y la vulnerabilidad.


 Las escenas reflejan el suspenso de la desterritorialización, metamorfosis de lugares físicos en escenas psicológicas. En ambas fotografías se representan diferentes momentos de esta transición. En “Nightmares by the Sea” la mirada se encuentra con el momento inmediatamente póstumo a la desterritorialización, el emerger de un nuevo rostro. Este nuevo rostro no es como el feto terminado al nacer, el rostro listo para la vida, si ese rostro genera desconcierto es precisamente por su incompletitud, su no identidad; aquel rostro que nace aún le queda pendientes los dolores de la formación, a pesar de haber pasado por el forcejeo entre membranas de textiles plegados del nacimiento.


En “Two seconds and a tear” el escenario es completamente otro, el espectador se encuentra en el corazón de la duración. Los muros de la habitación, cuya textura recuerda a velos traslucidos, contrastan con el sólido y aplastante peso del cielo. En este cuarto vacío, que va deformándose hasta volverse un interior fenoménico, los estados anímicos son representados por su sensación; se sabe que algo grave ha pasado, la titánica lluvia lumínica de gotas, que bien podría ser bombas, esta a la mitad de su caída, pero no es posible discernir si ha sido una pequeña desgracia convertida en desastre natural o si, en efecto, el cielo esta a punto de aplastar al testigo de esta escena. Ante estas situaciones el ojo se ve en la necesidad de asumir que no hay alternativa a esperar que pase la tormenta. Contemplación del nacimiento del momento significante, centro móvil de la identidad nómada.

   En un enfoque inclinado a lo cartográfico se encuentra la obra de Isabel Gaspar “#fb7f1d”. En este caso la artista usa el estilo glitch de una manera ajena al entendimiento común de este elemento de la informática: no lo ve como un error o resultado del deterioro de los archivos, hace alusión al aspecto metamórfico de la información en la ciencia de la informática. La imagen desde la perspectiva del código, fuera de la inmanencia  de su simplicidad óptica,  se muestra como una infinitud de caminos multidireccionales que van de ida y vuelta, superposición de múltiples capas que a su vez se descomponen en hilos tan delgados que resulta necesario fijarlos al soporte por medio de alfileres; sí, es cierto, hay múltiples caminos, hay casi infinitas maneras de recorrerlos, mas el secreto no esta en su formar parte de una forma ideal. La virtualidad en este caso haya su esencia en la recombinación, por eso la placa verde funciona como vuelta a la simplicidad de la imagen, claro, especificando que la unidad de la imagen es solo una forma de vivir la imagen.


A modo de conclusión he decidido abordar la obra “ Animots” de Jorge Juan Moyano. Esta obra hace una referencia explícita a un concepto homónimo que Jacques Derrida desarrolla en el texto póstumo “L’animal donc je suis” y, en cierta manera, es no solo un homenaje sino una traducción al lenguaje pictórico de los argumentos establecidos en la obra del filósofo francés. En “L’animal donc je suis” se hace una deconstrucción de la palabra “animal”, la principal crítica al uso de esta palabra es su poder de reducir a una sola cosa informe, un mote, la casi infinita diversidad de características y comportamientos presentes en el mundo animal.

 Juan Moyano traduce esto a través de tres elementos: la tachadura, el texto y la caricatura. Lo primero que sobresale son los animales apenas insinuados por sus perímetros, caricaturizados, pero resistiéndose a perder el poder apelativo de su mirada, elemento clave para desencadenar la acción del principio de la hospitalidad que nos convoca a anteponer al otro sobre nosotros mismos; deposición de las armas completamente necesaria para la apertura al otro y, aún más necesario, para comprender a los animales, el otro más radical de todos.

Además de esta presencia del animal metafórico que trata de resucitar sus rasgos vitales, es posible encontrar también la convivencia del texto y la tachadura. El texto apela a la razón como una de aquellas cosas propias del hombre: el texto ilegible, incompleto y borrado se pone al nivel de la huella de las veladuras verdes, amarillas y blancas que abarcan todo el cuadro; aquí la marca humana se ve atropellada y enterrada por la huella de los animales, los que no podemos ver, los que dejaron señal de su paso con puntos y trazos rojos. Aquellos a los que, nosotros los dueños de los nombres, activamente desaparecemos en nuestra persecución de los fines del hombre, el único animal avergonzado de su animalidad.

 

 

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