Lo primero que a
un artista le es dado expresar en su obra es de dónde viene y a dónde
pertenece, por ello una de las vocaciones más engañosas para el artista es la
del abordaje de lo tradicional y su acción identitaria. La tradición no es solo
su transmisión y supervivencia, también es sus transformaciones, sus
resistencias y sus derrotas; pero, sobre todo, es los momentos oscuros y
terroríficos que hacen un contrapeso a la calidez, la belleza y la
monumentalidad, aspecto del cual nunca se habla en la presentación de este
fenómeno por parte de la difusión cultural gubernamental, castración discreta
de la cultura que impide no solo la comprensión de la misma, también corta toda
posibilidad de una vinculación emocional sincera a lo que nos precede y coordina
en lo cotidiano.
Debería ser
posible mirar lo que crece en las raíces de nuestras vidas con ojos desnudos,
por lo que es ¿Cuándo será la vez que se vea en una obra de arte expuesta en el
espacio público la representación de un indígena o un mestizo terrible? Fuera
de las patrióticas representaciones de la conquista, la independencia o la
revolución, no veo como algo cercano que el gobierno o la gente se atreva a
mirar más allá del mito del buen místico salvaje, mirar que en el suelo no solo
hay tierra sino lodo y tribulación.
En este post se
abordarán algunos aspectos de la relación del arte con lo ancestral, lo popular
y lo identitario a partir de la obra de tres artistas del catálogo “Arte actual
en Puebla 2017-2020”: Rosaura Pozos, Raquel Rodríguez y Santo Miguelito.
Empezando desde
un territorio abstracto, tomaré como punto de partida las dos fotografías
pertenecientes a la serie “Marea” de Rosaura Pozos, en estas fotografías la
artista crea un lazo con la idea de lo ancestral en su forma más primigenia. Lo
ancestral como fuerza arquetípica se expresa a partir de la atmosfera ominosa
en la cual se velan los cuerpos caracterizados por su provocación hacia el
seguimiento y la interiorización. En una foto la parte inferior del cuerpo,
velada por un manto, muestra por asomo un pie con un tono de piel moreno y
empolvado, pesado, como si cargara con el peso de todas las generaciones que
han pisado la tierra, como si cada paso trajera consigo la noche de los tiempos
por unos pocos segundos para después desvanecerla de nuevo en el inconsciente.
Este gesto discreto se ve reforzado por el emerger de un rostro con ojos azules, desde la misma oscuridad de la otra imagen. Un rostro que emerge para hacer presencia con emoción serena e imponente, una mirada que parece guardar todas las respuestas, sin la necesidad del lenguaje hablado para comunicarlas. El uso de la oscuridad para crear volúmenes y profundidades permiten una expresividad intensa. Dos obras adecuadamente delimitadas pero que claramente denotan su pertenencia a un proyecto en proceso, su mensaje es claro, pero eso no es suficiente, la aspiración a lo arquetípico demanda una postura mucho más elaborada que el mero despliegue de las fuerzas ocultas; hay que reconocer también lo necesario de evitar abordar este tipo de temáticas desde perspectivas anacrónicas a fin de no recurrir a reduccionismos propios del pensamiento mágico en el mensaje de la obra.
Una vez se ha
hablado del aspecto abstracto de la tradición, llega el momento de plantear la
relación entre arte y tradición desde una perspectiva pragmática, el comentario
social de la artista Raquel Rodríguez me ha parecido alguno de los más
interesantes en este campo. Raquel Rodriguez presenta un libro para colorear
que forma parte, junto con otras obras no recogidas por el catálogo, de un
proyecto titulado: “INYFED (investigación de la infraestructura física
educativa), diseño de una ficción”, una investigación sobre las condiciones de
las infraestructuras de educación pública que parte de la recuperación de un
archivo fotográfico de la SEP (Secretaría de Educación Pública).
Este libro de
colorear parece ganar un matiz adicional e interesante en este momento en el
cual se vive un resurgimiento del libro de colorear para adultos. Es una
afirmación del imperativo participativo de la educación pública; la educación como
algo que debe ser entendido fuera del paradigma vertical. La educación pública
como parte de la vida popular, no solo como burocracia política. El
funcionamiento de la educación pública, desde esta perspectiva, debe estar en
cuidado de la gente porque también forma parte del cuidado de sus creencias,
tradiciones y comportamientos. En la educación pública se nota la vitalidad de
una democracia. Su obra devuelve simbólicamente el cuidado de este aspecto de
la vida popular a la gente, al colorear la persona renueva y da vida a esas
infraestructuras. Acaso habría que cuestionar que tanto éxito se tiene en esa
compulsión; eso es lo que habría que juzgar, que tanto es posible pasar del
plano simbólico al pragmático a partir de este tipo de obras.
Por último, he
decidido comentar la obra de Santo Miguelito, el bordado titulado: “Sto.
Miguelito como Sebastián”. Esta obra servirá para hablar del tema de la representación
del artista en la obra de arte: cuándo este recurso se usa correctamente como
medio expresivo y cuándo resulta en una autopromoción cínica.
Aquí me he dado
la libertad de comparar el uso de la imagen de San Sebastián en este bordado
con el uso que se le ha dado a este ícono en el retrato del nobel japonés Yukio
Mishima realizado por Shinoyama Kishin. Quizá sea algo truculento comparar un
retrato con un autorretrato; sin embargo, será útil para cuestionar lo que se
pone en juego en el uso de este personaje.
El personaje expresa a través de su contexto,
es decir, aquellas cosas adentro y fuera de la obra con las que mantiene
relación. Una vez entendido esto, hay que ver el uso de San Sebastián en estas
dos obras. En el caso del retrato realizado por Shinoyama Kishin la inserción
de Yukio Mishima como San Sebastián aporta todo un universo de complejidad
porque no solo lo relaciona con el erotismo de esta figura religiosa y su lugar
en la iconografía gay; le añade toda la dimensión vital y el carácter fatal de
la bibliografía del novelista. Mediante este proceder el retrato se divide en
una cantidad casi infinita de matices singulares, se establece una narrativa
inabarcable, la obra se vuelve inagotable.
Ahora hay que
mirar lo que ha hecho Santo Miguelito en la obra que ha presentado a esta
convocatoria del Instituto Municipal de Arte y Cultura. Se ha cubierto con el
manto de San Sebastián, su personaje es un mártir; no es una víctima, la
víctima es anónima, el mártir es ejemplar, ya desde ahí la obra pone en marcha
un mecanismo de defensa tramposo contra toda crítica posible.
La cuestión a
enunciar es: qué hay de mártir en la figura de Santo Miguelito que lo pone a la
altura de San Sebastián, por lo representado en este bordado el argumento sería
que mantienen una relación por el sufrimiento de la opresión y el castigo, en
el caso del santo por ser cristiano en
tiempos romanos, en el caso de Santo Miguelito se trata de la opresión que sufren los homosexuales y aquellos
que no encajan en los parámetros de belleza occidental de la cultura colonial
mexicana; no obstante, descartando que en Santo Miguelito se reúnen todas estas
características, no hay algún otro elemento que lo haga saltar de la condición
de victima a mártir, al menos en cuanto su lugar en el imaginario y la vida pública
es indiferente. Él solo se representa a sí mismo. En este personaje no hay nada
ejemplar para estas comunidades, en todo caso se puede señalar que ha tenido el
privilegio de poder ser artista y expresarse, pero eso no es en ningún sentido
un escarnio ¿Qué tortura ha sufrido Santo Miguelito que no hayan sufrido aquellos
a los que pretende representar?
Ya que se ha
hablado del carácter problemático de la referencia a San Sebastián, vale la
pena señalar la poca retribución sensual que se obtiene de esta obra, el
carácter erótico de San Sebastián en toda la historia del arte recae en la
maestría que los distintos artistas que recuperaron su figura han usado para
resaltarla. En el caso de esta imagen no parece haber nada que invite a la
exaltación erótica o conmoción horrífica de esa corporalidad; esta medio
desnudo, pero no es una desnudez descarada, provocadora o invitante, su cuerpo
es gordo, pero no hay nada que llame atención en esa gordura, ni la
voluptuosidad luminosa de un Rubens, ni la densidad gravitacional de Lucian
Freud, es una gordura que solo vale por ser gordura, ni en sus colores, ni en
su gestualidad, sus poses, o la técnica de su bordado hay aporte alguno para el
disfrute o la conmoción. Una obra conceptualmente mañosa y pobre para los
sentidos. Ante cualquiera que se quiera presentar como mártir se debería asumir
la postura del apóstol Tomás: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y
meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no
creeré.”.
Fotos tomadas de:
Catálogo:file:///C:/Users/HP%20G240/Downloads/ARTE_ACTUAL_EN_PUEBLA_17-20.pdf
Retrato de Shinoyama Kishin extraído de:
https://juliocesarabadvidal.wordpress.com/2017/05/01/mishima-yukio-y-el-martirio-de-san-sebastian/
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