Hay una necesidad de declararse en la ruina cuando le entran a uno las ganas de excavar, cuando se siente la urgencia de ver lo que hay debajo; Kobayashi Issa, el franciscanamente arruinado poeta japones, decía en un bellísimo haiku:
Todos en este mundo
en la cumbre de un infierno
¡A contemplar las flores!
Son achaques de la maldición (o de la mala dicción) lo que me impulsan a excavar entre mis notas y lecturas algunas pistas olvidadas sobre el delirio, uno de los males no invitados a la fiesta de desintoxicación que trae la higiene supuestamente secular del siglo XXI. Ha sido para bien que este siglo tenga en el olvido al delirio. Es el delirio lo que nos lleva a excavar para encontrar lo que esta ahí en la superficie, a plena vista, a excavar en lo ya desenterrado, el delirio mina el aire. Si se toma el haiku al pie de la letra uno se encuentra con lo fatal de la necesidad excavadora del delirio, quien mira flores no busca el infierno, esta parado sobre él, pero no lo nota, ni lo busca, los que contemplan las flores están embriagados de ingenuidad.
El delirante, por el contrario, es aquel que no puede mirar las flores, es aquel para el cual las flores se han convertido en el infierno y no solo las flores sino un gesto particular y fugaz de las mismas, un gesto que no puede encontrar y que no quisiera encontrar pero que le ha imbuido en un ansia de descubrimiento ante la cual no hay modo de resistirse. Para el delirante las flores nunca serán las flores, pero aun así querrá mirar las flores de una forma en la que solo él podría verlas, si le fuera dado el capturar su visibilidad fuera de las maquinaciones de su mente.
Traigo a cuenta este ejemplo, algo delirante en sí mismo, para ilustrar el furor causado, entre los surrealistas y Sigmund Freud, por un bajorrelieve romano al que se le dio el nombre de “Gradiva” o “la que camina”, nombre que obtiene por la novela en la que hace su primera aparición y que hace referencia al dios Mars Gradivus, el dios que marcha a la guerra. La novela en cuestión fue escrita por Wilhem Jensen, ardió como magma iridiscente en los sueños de cuatro figuras insignia del siglo veinte: Sigmund Freud, André Masson, Salvador Dalí y André Breton.
En la obra de Sigmund Freud la figura de Gradiva aparece en un texto titulado “El delirio y los sueños en la <<Gradiva>> de W.Jensen”, un texto que no suele ser traído mucho a cuenta de entre los análisis literarios en su extensa obra, opacado bajo la sombra de las referencias literarias más comunes a Sófocles o Hoffman, enterarse de este texto requiere de las habilidades detectivescas frecuentes en la labor arqueológica, su relevancia esta dibujada como un espejismo fugaz.
Empecemos por decir que es quizás en este texto en el que se da el reconocimiento, por parte del mismo Freud, de la ubicación del psicoanálisis como una practica más cercana al arte, y en especial a la literatura, que a la psiquiatría; esto se nota desde su primer comentario respecto al paralelismo entre sueños y las obras literarias, donde establece la presencia de sueños en la literatura como una fuente capaz de proporcionar mayor claridad en la interpretación del significado los sueños( por más que las tendencias psicológicas apegadas al modelo cientificista pudieran encontrar en ello motivo de burla).
Para Freud el poeta le lleva la delantera al científico en la indagación sobre los sueños porque estos son capaces de crear sueños en sus obras, algo que requiere de un conocimiento de los mecanismos y leyes que los hace funcionar e incluso, dando un salto mortal hacia atrás, su certeza acerca del funcionamiento de los sueños, continuaciones del pensar y sentir diurnos, como procesos dictados por leyes aún oscuras para aquel momento del desarrollo del psicoanálisis; la certeza sobre lo ilusorio de la noción del libre albedrio.
El teatro del libre albedrio es el asunto principal del delirio y su conexión con Gradiva, aquello por lo cual en su momento llego a fascinar a tantas mentes en su tiempo; esta figura femenina apunta principalmente a la marcha, pero, si el dios romano Mars Gradivus va en su caminar hacia la guerra, es al menos pertinente preguntar ¿A dónde camina Gradiva? No va a la guerra, no va al futuro, camina al templo, al recinto de los dioses, su caminar, no ella, es lo que invita al poeta hacia la persecución no de una figura sino de un instante.
Uno de los rasgos más importantes para Freud es su negación del Poeta como concepto unitario, no hay forma unitaria de hacer poesía porque el poeta, y más cuando crea sueños en su obra, no se mueve si no es por el efecto de un elemento convulsivo que le hace volver, repetir, excavar. Todo movimiento, por definición, es traumático y no se define tanto por lo que hay en ese movimiento tanto por lo que no pasa o no es posible encontrar en él, de ahí la fascinación con las estatuas, la ambición no de dar vida a lo pétreo sino el delirio de encontrar vida donde no la hay.
Las ensoñaciones de Freud hubieron de ejercer una gran fuerza sobre el movimiento surrealista, especialmente su énfasis en la negatividad del inconsciente con respecto a la conciencia y la amplia fascinación por el mundo de los sueños; sin embargo, para entender la relación de Gradiva y el surrealismo se debe hablar de un tópico pocas veces mencionado en este tipo de discusiones y ese es la interpretación de la mujer en las obras de estos artistas, reflejadas siempre como un insondable misterio de las fuerzas ocultas en lo humano en lugar de como agentes que sufren en carne propia las pasiones que encarnan. Ejemplo de ello es Salvador Dalí, quien, al asociar a la figura de Gradiva con su esposa, produjo obras con bastante potencial respecto a su concepto, pero mediocres y con planteamientos demasiado sentimentaloides en su ejecución final.
En la obra de André Masson, Gradiva estuvo involucrada en una reflexión más profunda e interesante sobre la dimensión carnal de la experiencia, algo más allá del gastado tópico de la mujer como encarnación del erotismo condensado. André Masson desarrollo un automatismo pictórico que contrastó e hizo más compleja la concepción del automatismo literario de André Breton. Para Breton el automatismo era un juego psicoanalítico relacionado con un abandono de la mente a sus propias riendas, con resultados que no ofrecen mucha posibilidad al debate y mucho más cercano al tono humorístico de los cadáveres exquisitos de Tristan Tzara; Masson aumentó la apuesta e hizo de su automatismo pictórico una exploración y confrontación de la dimensión dionisiaca del ser humano, algo mucho más cercano al pensamiento de Nietzsche que al psicoanálisis freudiano.
En las siguientes semanas estaré subiendo a manera semanal una serie de post ahondando de manera más detallada y formal los temas que apenas he mencionado aquí, tanto la relación entre Sigmund Freud y André Masson con este mito del siglo pasado, la concepción freudiana de lo poético y, de ser posible, la contraposición entre la concepción del automatismo de Breton, Dalí y Masson.