Quizás ha llegado el tiempo de plantear que el arte pop se ha vuelto inevitable, un “quizá” que se pronuncia fuera de la incertidumbre, cerca del intento de la negación. Del arte pop es necesario aclarar que no es tan importante su fundación histórica o geográfica como sí lo es su fundación como respuesta frente a la exagerada metafísica del expresionismo abstracto y la necedad de la ingenuidad figurativa. El arte pop viene a representar la imposibilidad de evasión de lo contemporáneo de una forma radical. Después de los idealismos mal envejecidos y su propuesta de la unión entre vida y arte por medio de una comprensión espiritual del tiempo, el arte pop llegó a sentenciar la ambición de una sublimación absoluta, a no dejar de insistir que entender el tiempo es entender el momento y que no es posible entender el momento, ser contemporáneo, sin lo factico, sin la materialidad, pero, sobre todas las cosas, sin lo vulgar.
Un aspecto que llama la atención a
la hora de hablar del arte pop en Puebla es su carácter paradójico, sus ansias
de entrar de lleno en la cultura global y la permanencia de lo subjetivo que
ser resiste a lo impersonal del aspecto industrial propio de esta corriente
artística.
El arte pop en Puebla no pierde el
corazón frente al escándalo y lo escatológico como lo hace en los grandes
epicentros del arte contemporáneo; una característica que desde el exterior
puede parecer síntoma de no estar a la altura de los tiempos pero que logra
aportar un matiz refrescante, y en muchos casos necesario, a una estética que
se aleja con desprecio del espectador sin ninguna consideración. Para ilustrar
lo peculiar que puede llegar a ser la relación entre el arte pop y la ciudad de
Puebla en esta nota se comentará la obra de tres artistas participantes del
catálogo “Arte actual en Puebla 2017-2020”: Conejo Muerto, Frida García y Elmer
Sosa.
En “Room”, obra en la que Conejo
Muerto interviene una fotografía de Xavier Velasco, se logra la coincidencia hasta
el punto de colisión de lo tierno con lo macabro, algo que logra de un modo
alternativo al contraste y la comparación. Conejo Muerto recurre a la creación
de amalgamas que disuelven las diferencias entre estas dos categorías, esto es
algo perceptible en la caracterización del conejo, criatura usualmente asociada
con lo adorable, por medio de aspectos ásperos como su ropa, su estatura y su
rostro óseo, pero también es algo que se puede observar en detalles más sutiles
como la utilización de un tono rosa agresivo a la par que brillante en el
mobiliario de esta escena. Recupera una atmósfera con reminiscencias a la
estética de los videoclips musicales de principios de la década del 2000 que
recuerda a bandas como Gorillaz y, más allá de lo visual, recupera el
sentimiento de aquel momento: la naturalización de lo urbano como ecosistema
humano, con todo lo que ello implica, la vuelta del humano a lo feral, un
salvajismo que sobrevive y florece en las ruinas de los sueños higiénicos de la
modernidad.
Una de las obras más interesantes, dentro del conjunto de obras que se han abarcado en estas notas es: “El gran ramen de Kanagawa”; obra de bordado hecho a mano que reinterpreta las bases del arte pop y las contrargumenta de una manera solida sin tener que desgastarse tanto en dar un largo discurso textual.
Gran parte de la fuerza de esta
obra reside en su manufactura, cuando se piensa en el arte pop es necesario no
solo pensar en cierto factor “democratizante” de los contenidos culturales; tambien
se requiere reflexionar sobre el precio mediante el cual se obtiene dicha
democratización: la deshumanización del espectador mediante la reducción del
discurso artístico a sus aspectos más simples y patéticos; la utilización del
bordado a mano resulta relevante como respuesta ante esta inclinación del arte
pop porque expresa lo cotidiano a partir
de un lenguaje diferente a la retórica de las masas, sugiere por medio de la
seducción tímida, un rasgo propio propias de la estética Ukiyo-e, un mundo
flotante en el que los sentidos no se estimulan de forma burda, sino que se
deleitan en el detenimiento de lo sensual.
La materialidad de lo textil
permite enfocar la atención no solo en la composición o el color de la imagen,
que son por cuenta propia bien utilizados a pesar del reducido espacio en el
que se desenvuelven, también en la diversidad de texturas presentes en la ola y
en los ingredientes dentro del tazón. Esta obra transmite una sensación de
humildad, un rasgo que la distancia del tono imponente presente en la obra de
Hokusai a la cual alude; Frida García opta por la vía de lo ameno y logra
sobreponerse a la perdida de significado a la que toda reinterpretación es
vulnerable a partir de una original adaptación a nuestros tiempos de la imagen
que representa.
“Covid World” es una reinterpretación de una de las pinturas estadounidenses más icónicas del siglo pasado: “ Christina’s World” de Andrew Wyeth. Para entender bien el mensaje de la ilustración de Elmer Sosa hay que recordar las circunstancias que dieron a la pintura a la que se referencia su peso metafórico:
En el cuadro original la
protagonista es una mujer que sufría problemas musculares degenerativos, una
condición que para ella significaría vivir sin poder caminar, y que además se
reusaba a usar silla de ruedas; la mujer representada en esta imagen solía
arrastrarse para desplazarse por lo que gran parte de la tensión de su figura
en la imagen esta cimentada en una discapacidad real, en el dramatismo
inherente del cuerpo discapacitado. Lo que resulta más emocionante de esta
pintura es que no es necesario saber todo esto para que impacte al espectador; el espacio desplegado
por medio de las grandes distancias entre los elementos que participan de la
imagen y el suspenso de la insinuación, la sensación de que hay algo que no
esta bien sin tener un signo claro de peligro o amenaza, permiten sumergir la
mirada en una atmosfera de abandono metafísico sin ninguna precaución.
Una vez dicho esto, hay algo que
genera un sentimiento de ambivalencia en la recuperación que Elmer Sosa hace de
esta obra maestra. En primera instancia hay que reconocer el trabajo de
adaptación de esta imagen a la ilustración con color digital y tinta,
técnicamente esta bien realizada puesto que no se siente como un simple calco
forzado de la imagen a otra técnica y/o soporte sino que logra que se sienta
natural con los rasgos de la ilustración como puede ser los contornos de línea
gruesa. La adaptación técnica en ese aspecto resulta orgánica y revela un
esfuerzo formidable para darle un nuevo matiz emocional a la imagen original,
lo negro de la tinta crea un sentimiento de claustrofobia más opresivo pues
cierra el espacio al oscurecerlo; no obstante, la utilización de la partícula
de COVID magnificada en el horizonte quita demasiada sutileza y complejidad al
lenguaje metafórico original ya que hace demasiado evidente el mensaje, no deja
demasiado lugar a la interpretación. En términos generales se puede decir que
el mensaje es efectivo, pero, al mismo tiempo, esa es su gran desventaja, se
pierde demasiado el vértigo de tener que interpretar la imagen, entrega demasiado
fácil su catastrofismo. Parte de esta perdida de complejidad viene en parte de
lo reciente que resulta la contingencia sanitaria aún y forma parte de uno de
los problemas más acuciantes de la cultura y el arte pop: su gran hambre de
relevancia y novedad; un problema que no solo se ha sufrido en la pintura, de
la misma manera se ha dejado ver en otras áreas como la filosofía o la política,
una situación que regresa a lo preocupante del “quizá” al principio de este
texto, pequeñas grietas desde las cuales el espectador es mirado por el
realismo capitalista .
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