viernes, 12 de agosto de 2022

Figuraciones: desde lo cinematográfico hasta la abstracción épica. ( Breve comentario sobre la obra de tres artistas que he encontrado en Galería 16)



En este post me dedicaré a comentar tres obras que han llamado mi atención al asistir a la inauguración de Galería 16, he decidido limitarme a esta selección de obras con el propósito de hacer un comentario elaborado de los méritos expresivos de estas obras. Las obras en cuestión se encuentran aún en exposición y a la venta en Galería 16, ubicada en: Calle 16 de Septiembre 706.

Tobias Ross-Southall construye en “Esperanza y Caos” su estilo expresionista desde un proceso de doble traducción: en el primer instante arma un código a partir de la intensidad semiótica del color azul, la omnipresencia del mismo trae a la memoria momentos claves de su uso a lo largo del siglo XX, desde el periodo azul de Picasso hasta las impresiones corporales de Yves Klein. Este código es traducido posteriormente al lenguaje de la temporalidad y dimensión espacial de la escena cinematográfica y, finalmente, la segunda traducción integra todos sus elementos y añade un matiz intimo a todo el conjunto, la escena armada a nivel conceptual se traduce al lenguaje de la experiencia desde la elección temática del momento que elige representar.

Un lente azul proyecta como un carrete cinematográfico una escena cotidiana de sonambulismo. La mujer en el tiempo lento que pertenece a la hora en la que todos duermen presenta su cuerpo ante el espejo para dimensionarse. La mitad izquierda esta encogida y tensa, la cabeza baja, fija en su inspección sin objeto; el brazo derecho jala todo el cuerpo, lo saca fuera de la superficie reflejante, hace que la sombra se extienda más allá de sus dimensiones; el reflejo de la sombra se convierte en sombra verdadera. La inclinación que dinamiza el cuerpo femenino sumerge la habitación en vértigo. El ojo voyerista del espectador pierde su sentido de la orientación, la compulsión de un punto de apoyo que mueve todo el mundo sacude el suelo a la mirada. El ojo desorientado, sin los pies en el suelo, se tambalea al perder de vista los pies de la mujer que se mueve sin pies en los umbrales de la lucidez soñadora.

Lo primero que sobresale a la vista al momento de prestar atención a “Alternancia”, obra de Gerardo Coyac, es la reunión de aprendizajes de dos figuras clave para la pintura de finales del siglo XX: Lucian Freud y Francis Bacon. Lo importante de esta reunión de aprendizajes es que esta no se da a la manera obvia de un collage en el cual, al haber dos figuras principales en la escena, se presenta una correspondencia uno a uno en cada una de las figuras.

 La gravedad como principal accidente humanizador de los cuerpos en Freud y el movimiento evolutivo de la figura en constante gestación de Bacon estas presentes en ambas figuras; si bien a primera vista un estilo predomina en cada una, poniendo atención es posible ver la continuidad entre ambos rasgos: en la mujer que esta acostada en el suelo lo primero que engancha a la vista es la dimensión enorme de su cuerpo; sin embargo, sus manos casi desdibujadas, a punto de dislocarse y mezclarse en un puente de carne, completan el desarrollo del personaje en la escena.

La duela negra del piso esta trabajada, un trabajar parecido al de los “Acepilladores del parqué” de Caillebotte, por la mujer y el equino, ambos con su sola presencia le dan su aspereza; acaso si no estuvieran esta superficie se esfumaría en la simpleza de un aceite negro que hace resbalar a la mirada. He ahí, en ese aportar dureza, uno de los efectos colaterales de la presencia de lo vivo, está presente donde sea que encuentre al espectador. El atributo principal de lo vivo que se manifiesta en esta obra es su carácter obstaculizador.

Lo vivo en su calidad objetual resiste, mas no es esta resistencia la del objeto cartesiano, la resistencia del choque contra el intelecto manipulador; el objeto vivo, el personaje, resiste por necedad, porque no le da la gana moverse de enfrente de uno. La puerta de la habitación representada en esta obra no es el límite del escenario en cuanto está cerrada; lo es en cuanto para llegar a ella primero uno tendría que quitarse de encima al equino y a la mujer tumbada. La dificultad de esta obstrucción fatal del paso es que no hay poder humano que escape al poder apotropaico de la mirada animal y que no hay fuerza física humana capaz de remover un cuerpo de esas dimensiones sin romperse la espalda en el proceso. El espectador queda atrapado en esa habitación, está atrapado, pero no en peligro, ni en desesperación, simplemente confrontado con la pregunta que clava al existencialista en su epicentro: ¿Qué hago con este momento, en este momento?

En “Parsifal”, obra de Marco Velazquez, los elementos de la composición se desenvuelven como agentes pensantes en medio de una conversación. Desde el titulo se hace evidente la ambición de trasladar el lenguaje de las artes sucedáneas al arte espacial, presentar los múltiples instantes de una pieza musical a una impresión inmediata, dar narratividad a una totalidad inminente.  

En el fondo se distingue una penumbra que solo se llega asomar entre los juegos de la multitud de líneas curvas y verticales en colores verde, rojo, negro y blanco. Las curvas presentan movimientos ondulatorios que sumergen al espectador en la confusión del encuentro con el eros del agreste Parsifal de Wagner, vienen y van del fondo al frente de la imagen mientras las líneas verticales, cortas e interrumpidas, acentúan la intensidad dramática de la prueba del eros.

En el frente, los tonos cálidos estructuran y dan claridad a la imagen, le vertebran, se aproximan invasivamente desde ambos lados bañando con la luz redentora del grial todo el conflicto que yace detrás de sus veladuras; este orden redentor no se encuentra completamente establecido sino apenas revelado, una epifanía de la recompensa al final de las pruebas narradas en el poema épico.

A pesar del motivo poético-musical presente en el titulo y en la composición de la obra, esta imagen no aborda el personaje de manera directa sino una imagen de un momento específico del camino del héroe: el comienzo de la búsqueda. El comienzo en la búsqueda del camino del héroe no es solo el inicio de una narración cualquiera, es un comenzar en el pleno sentido de la palabra. Un instante de encuentro con el destino en el que el individuo atestigua el camino que le llevara a ser lo que está destinado a ser.

 El tratamiento que da Marcos Velázquez a este momento en particular resulta de carácter íntimo y no una simple repetición del molde mitológico. Mientras que la tradición cristiana a la que suscribe Wagner predicaría el desdén de lo erótico como algo pecaminoso y la resistencia al mismo como camino al amor caritativo y redentor, en el reverso de esta interpretación, a contrapelo, Marcos Velazquez ofrece una interpretación más equilibrada de dicha dicotomía; no demoniza al eros, busca integrarlo como parte de su esfuerzo para conseguir el grial que le espera al final de su propia búsqueda; este pequeño detalle constituye una humanización del héroe mitológico. Parsifal deja de ser una aspiración y se convierte en un lugar de contemplación vitalista.  

Missi Alejandrina

 

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