La pintura
figurativa se enfrenta a la exigencia de estar a la altura de las cada vez más
aceleradas evoluciones de la percepción; fenómenos como la duración, el
movimiento, el ocultamiento etc… se vuelven cada vez más inabarcables para
cualquier modo de representación. La forma se vaporiza en algo más sublime que
el éter primigenio. Dadas estas condiciones, la pintura figurativa se ve obligada
a cuestionarse a sí misma para salir avante de las dificultades que le
acontecen, en esta afrenta no se juega solo su potencial de innovación, se
juega la supervivencia de su relevancia en el arte por venir.
En la nota de la
semana pasada mencionaba hasta qué punto en Puebla pasa el tiempo a ritmo de
gotera de alquitrán; para la pintura figurativa eso implica que los cambios en la
interpretación de la experiencia a través de los estilos no se dan en oleadas convulsivas,
las formas sensibles cambian aquí lentamente por corrosiones y enterramientos. Como
exploración de esta inmovilidad, y algunos otros fantasmas y ángeles heredados
del figurativismo costumbrista aún reacio a morir en nuestra ciudad, en esta
semana comentaré tres artistas del “Catálogo Arte Actual en Puebla 2017-2020”: Luis Lezama Carrillo, Martín Peregrina y Óscar
Pinto.
Parte
fundamental de las exigencias a las que se enfrenta la pintura figurativa es la
actualización del uso de la iconografía; cumplir esta demanda implica no solo
representar con un “estilo siglo XXI” las mismas escenas y figuras de épocas
pasadas; en realidad, esta actualización comienza desde un trabajo reflexivo de
las evoluciones en la metafísica de la época propia, para luego poder
representar no el esquema de lo metafísico sino la vivencia de dicho esquema.
En la obra “Eyes
wide shut” de Luis Lezama Carrillo se muestra, a través del lenguaje de la
revelación, el efecto de inversión que ha sufrido la cosmovisión cristiana ante
la catástrofe del aceleramiento técnico que sobrecoge a aquellos que aún tratan
de aferrarse a la fe.
La composición del cuadro en diagonal crea de
por si una sensación de vértigo, sin embargo, es la coincidencia del láser con
el humo rojo y gris ante el fondo negro lo que provoca un sentimiento de
aceleración exponencial. A este rasgo básico se suma uno más elaborado: el
mensaje que se configura en la alineación de sus personajes en esta obra.
Primero está la máquina de engranajes, que recuerda tanto a un motor como un
mecanismo de Anticitera, congelada entre el ensamblaje de sus piezas y el
colapso por sobresfuerzo; este personaje funciona como ancla
contraargumentativa en relación a la encarnación religiosa en el extremo
opuesto de esta alineación cósmica.
El rostro apunta
a ser una representación del asceta San Jerónimo, con gesto suplicante al cielo.
Este rostro está atado a la tierra por una inversión de la relación, habitual
en la pintura de tema sacro, entre la calavera y el hombre. La calavera posee
una anterioridad no solo espacial o cronológica sino ontológica. No hay retorno
al polvo. El mensaje se pronuncia con el peso del apocalipsis. El hombre de fe,
antes tan consciente de su muerte, no va a ser víctima de su finitud, este
personaje ya ha sido alcanzado por su fin, por más que mire al cielo, no hay
nada ni arriba, ni adelante para él. No es más un ser finito sino un ser finado.
Mensaje directo, lúcido y necesario para una época en la que el gesto cristiano
más sincero es el cuidado y la reflexión del duelo por la muerte de Dios.
En contraste a
esta representación de tintes teológicos se encuentra la obra “Glifo de Mar” de Óscar Pinto. En esta imagen hay una recuperación estructuralista de las posibilidades
de representación en la coincidencia y superposición del registro escrito y pictórico.
Lo primero que resalta es el enmarcamiento del glifo dentro de la casilla
cuadrada, elemento que remite a la ordenación gramatical como primera
restricción de las posibilidades de representación gráfica, ante este límite
hay un desborde tímido del glifo que se reúsa a admitir la caja gramatical como
principio absoluto.
Una vez que se reconoce la posibilidad del
desbordamiento empieza el cuestionamiento por las bases de la representación
visual y también la pregunta por el momento de divergencia entre la imagen y la
letra. De entre todas las preguntas que se pueden desprender de este
cuestionamiento, hay una que resuena con mayor insistencia: la pregunta por los
límites de la captura de lo representado.
Habiendo
descubierto el cuestionamiento principal de esta obra parece ya más evidente
porque ha decidido recuperar el carácter logogramático de los glifos mayas. Su
pregunta no es solo sobre el modo en que la pintura transmite todos los detalles
aparentes de lo representado (lo que en el caso del mar ha de referirse tanto a
su inmensa presencia en el horizonte, su capacidad de albergar vida o de
refractar la luz del sol etc.…), es también un cuestionamiento sobre la representación
de aquello que es sensible pero no aparente ante los ojos. Ante las
limitaciones del figurativismo ortodoxamente mimético, Óscar Pinto propone una
exploración del lenguaje ancestral indígena como una ruta para el
descubrimiento de una expresión visual que traspase los límites del lenguaje figurativo
sin deshacerse del carácter intuitivo y orgánico característicos de la imitación
que parte del realismo ingenuo.
A modo de
conclusión comentaré “La primera línea. Otra baja” de Martín Peregrina, obra
que ha merecido mi atención debido a que, en este cuadro, es posible encontrar
algunos de los vicios más graves que puede traer consigo el dominio del
figurativismo costumbrista que el arte producido en Puebla lleva a cuestas
desde hace ya bastantes generaciones.
De inicio es
necesario señalar el desequilibrio que presenta en la composición, un arreglo
de la imagen que, a fuerza de incluir cuantos elementos sea posible para
recalcar que habla de la pandemia, no permite a la mirada recorrer la escena de
una manera tranquila. Es necesario indicar también lo peligroso de la
ingenuidad en el artista, esto lo digo por el tipo de heroísmo agonístico que les
infunde a los médicos en la escena; sí, es necesario reconocer a los médicos y
todos los que se han expuesto para que todo siga funcionando, pero, al mismo
tiempo, hay que decir que este tipo de postura de manipulación emocional ya es
demasiado usada en los medios como para que los artistas la repliquen y la
refuercen de manera irreflexiva. Es necesario pensar en lo problemático que
puede ser la utilización del lenguaje bélico por parte de un artista en una
situación como la pandemia, especialmente cuando una obra como esta participa
en una convocatoria auspiciada por el gobierno. El artista en todo momento debe
asumir la responsabilidad de cualquier interpretación que pueda tener su obra
o, en el caso de no poder asumirla, no lanzar mensajes cuyas consecuencias no
conciba de un modo claro.
Este tipo de
figuración abusa de lo que durante mucho tiempo se ha entendido de un modo
demasiado general como “imitación de la naturaleza” y es cuanto más peligroso
en cuanto posee un potencial mayor de persuasión para los espectadores con poco
criterio. Le es más fácil simplificar situaciones complejas, que requieren un
largo debate para su entendimiento, a una apelación del sentimentalismo más descarado.
La iconografía que utiliza es transparente y
no parece haber reflexión alguna sobre el tópico de las crisis pandémicas en
obras de otros periodos históricos. La obra parece existir en un vacío
temporal, político y técnico.
Me parece más oportuno hacer la invitación a
preguntar por la ausencia de una tematización social de la pandemia en este
catálogo. El que esté representado poco es entendible por el hecho de que aún
estamos inmersos en el embrollo sanitario; sin embargo, aun con la baja
representación que el tema tiene en esta muestra, es totalmente incoherente,
aunque lo asumamos como algo natural, que no haya obras que señalen, aunque sea
a través de insinuaciones, las fricciones, paranoias, indignaciones o
linchamientos que han ocurrido en la dimensión social del COVID-19. He de
reconocerle al artista en esta obra el haber abordado el tema desde la
perspectiva social, ahora solo falta que nos sea posible discutir estos temas
en el espacio cultural público sin tener que pedir de antemano que nos traten
como adultos.
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